Publicado por Cronista Montañés martes, 24 de octubre de 2017



Si José María Aznar se llamara María José seguro que existiría un huracán con ese nombre. El otro día pasó por Valencia este fenómeno de la naturaleza, profirió su arenga faesista (no se me malinterprete) y lo dejó todo manga por hombro. Se nota que ya no es el tipo apocado que se acercaba a Las Playetas de Oropesa a veranear con la familia, darse el chapuzón entre flashes y tomarse un arrocito en Castellón. Tal vez, lo único que el castellano viejo no tenía previsto en aquellas estancias estivales era conocer de viva voz la existencia del idioma vernáculo. Pero un domingo sucedió: en la intimidad de los paelleros, escuchó exclamar a un paisano: Xe, collons, açò està de categoria!. Él no supo qué decir, sólo respondió con un gesto de circunstancias, como si fuera un monje de Silos con voto de silencio. A pesar de este incidente, en los agostos de la Costa del Azahar, al matrimonio Pepe-Botella siempre se le vio muchísimo más relajado que un tiempo después, claro que Josemari todavía era el jefe de la oposición ("Váyase, Señor González") y Ana aún no era candidata olímpica ("Relaxin cup of café con leche"). Evidentemente la pareja no estaba presente el día que repartieron el don de lenguas, pero nunca es tarde...
En el transcuro de unos años, Aznar le ganó a Felipe por la mínima en las elecciones de la dulce derrota de 1996 y, sin motivo aparente, jamás regresó a la urbanización del Levante. Su victoria había sido pírrica, pues estaba hasta el pirri de perder contra el sevillano. No obstante, a la tercera fue la vencida, y el exiguo resultado del escrutinio le confirmó que aquella mayoría simplona necesitaba el voto de las minorías vasca y catalana. En seguida, se acordó de que tenía un abuelo con ocho apellidos peneuvistas y que, gracias a la charla de los domingueros de las paellas frente al  Mediterráneo, podría atreverse a chapurrear la lengua de Salvador Dalí. Dicho y hecho, el líder de la derecha se citó con Pujol, su homólogo de la derecha de la península, en la suite nupcial del Hotel Majestic de la Ciudad Condal. Tras esta breve pero sudorosa luna de miel, Josemari confesó que en la intimidad de la habitación se aventuró a pronunciar la frase: "la pela és la pela", con acento surrealista.
Así, con aquellos apoyos periféricos a precio de usura, pasó su primera legislatura, suprimió la mili y los gobernadores civiles, y España entró en el Euro con calculadora. Todo se saldó de mil amores, inclusive el Efecto 2000, un mal apocalíptico que había de colapsar los ordenadores del planeta. Sin embargo, en el cambio de Milenio sí que se produjo un efecto dos mil veces peor: Aznar alcanzó la mayoría absoluta. Había llegado la ocasión de sustituir a don Jordi por don George, de cambiar el catalán por el tejano y de pronunciar otra de sus celebérrimas frases: "Estaaaamos trabaaajando en eeeeeeello", con los pies sobre la mesa del rancho de los Bush. En ese nuevo Pentecostes, el hombre el bigote de charlotín al fin iba a poder entenderse con los anglosajones, el reinounidense Tony Blair y el estadounidense Ge Doble Uve Junior, que eran los que cortaban el bacalao del Atlántico Norte. Entonces, el presidente del Gobierno se vio a sí mismo como un águila real que, por su instinto rapaz, señoreaba el cielo de la Meseta sin un rival a la vista y, desplegando sus alas, ya se dirigía hasta el centro del mundo como una flecha negra. Para cuando se hizo la foto de las Azores, ya no se acordaba de la foto de los arroces de Playetas, donde le trío lo formaba con Zaplana y Fabra. A su regreso del archipiélago y en su mejor español, logró traducir a sus compatriotas lo que le habían dicho los dos mandamases en la lengua del Imperio Británico: "Creanme, Sadam guarda almacenadas armas de destrucción, más IVA", que fue lo que había entendido con el método Bauman.
Ese día comenzó el principio del fin del Aznarato y, al unísono, nació la Aznaridad como leyenda. Por aquellas fechas, mes arriba mes abajo, casó a su hija en San Lorenzo del Escorial y el cátering lo puso Correa. Luego, con el dedo divino quiso regar el desierto de Almería con el agua del Ebro, y con otro dedo nombró a su sucesor, Mariano Rajoy, sin duda, el hombre de más prestige del Ejecutivo y al que no le resultaría complicado moverle los hilitos. Después, como en un carrusel diabólico, todo se precipitó, tras los atentados del 11-M ("Ha sido Alka-ETA"), los populares perdieron la popularidad y, lo que es más importante, las elecciones. Se acabaron los cuatrienios en el complejo de La Moncloa y, en esa hora, aquel hombre desacomplejado emergió de las ruinas de su propio hundimiento, como la Gaviota/Fénix del logotipo. Ana Botella se hacía con el mando en plaza de Cibeles, Génova 13 quedaba bajo control de sus acólitos; por si las moscas, él se reservaba la  presidencia de honor del PP y de la Faes, era nombrado miembro del Consejo de Estado y de algún que otro Consejo del Ibex. Mientras tanto, del otro lado del charco, le esperaban las aulas de Georgetown y los platós de la Fox del magnate Murdoch, a quien empezó a asesorar en su perfecto inglés. Y no tardamos en tener noticias de la mutación física y metafísica que experimentaba, de sus cientos de abdominales diarios, de su tableta de chocolate sin tasa, de su preparador Bernardino, de su rasurado felpudo maldito, en una palabra: de su desmelene capilar... e ideológico.
Normal, nuestro estadista, a día de hoy, tadavía sigue pensando que fue él quien sacó a España, por el breve instante de sus dos legislaturas, del rincón de la Historieta, esa esquina mal ventilada donde, por culpa de todos los demonios y de todos los gobiernos, quedó relegada la Piel de Toro desde la deriva de los continentes. Sí, sí, también, por culpa de Mariano, que enseguida se olvidó de quién fue su mentor. Lo dijo el poeta y lo parafraseo yo con las palabras del amanuense: de todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de Josemari, porqué no sabe irse.
   

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