Como presidente de esta nuestra Comunitat

Se me antojaba extraño que el amanuense no hallara la ocasión para dedicar una de estas honorables crónicas a Rita Barberá Nolla, y va, el muy inconsciente, y se la dedica hoy, ¡en plenas fiestas josefinas! Se justifica y me explica que se cuenta en los mentideros que la alcaldesa es incombustible. Ah, bueno, le suelto, si la Ilustrísima es ignífuga no seré yo quien le ponga un pero. Después insisto que la única pretensión de la bitácora es brindarle un merecido homenaje post-humo, que es lo único que flota en el aire valenciano tras la noche de la Cremà.
A modo de inspiración, le apunto al ghost writer que a mi la regidora siempre me ha traído a la mente la figura de Penélope, la de Homero. Aunque, bien mirado, a quien más me recuerda es Penélope, la de Serrat, la que una tarde de primavera se despidió de su amante y se sentó a esperarlo en un banco en la estación, con su bolso de Louis Vuitton y su gintonic de Beefeater. «No llores, volveré, antes que de la Ciudad de las Artes caigan las baldosas», fue la promesa y si te he visto no me acuerdo.
La Doña, como la protagonista de la copla del Noi del Pueblo Seco, comenzó a tejer sueños en la mente y desde su banco en el andén le dio tiempo de proyectar varias líneas de metro, el tranvía de la Malvarrosa y hasta le sobró un rato para concebir un Parque Central sobre aquellos raíles. Con el reloj de marca parado, una tarde plomiza de abril, pareció que los ojos le brillaban cuando el primer Ave silbó a lo lejos. Claro que, con esa cantidad de cortes de cinta y colocación de primeras piedras, se marchító en la Huerta hasta la última coliflor. A punto estuvo de derribar el Cabañal para así poder contemplar el mar desde el balcón del ayuntamiento. ¡Ay! el Mediterráneo, el piélago por el que un día él regresaría de Troya.
Ella, mientras nada de esto sucedía, había de apartar los pretendientes meneando el abanico y exclamando en cada nuevo equinoccio: «Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà», el hipogrito huracanado con el que conjuraba la presencia de los moscones que se arremolinaban a su alrededor en el mirador consistorial.
Por la azotea pasó la cohorte del faraón Joan Lerma. Ricard Pérez Casado pasó para marcharse de alcalde de Bosnia-Herzegovina. También pasaron Clementina y el Naranjito, el que luego le dio la vara a Barberá para, más tarde, escuchar de boca de ésta: «no eres tú a quien yo espero».
Pasó Zaplana, que nunca faltó a la cita con las falleras. Pasó Olivas, con prisas, pues él sólo anhelaba convertirse en «bankero» con k de kilos. Y pasó Camps con un vestido de domingo de Forever Young y un coro de meapilas relamiéndose los bigotes. Por pasar pasaron el Papa de Roma, en busca del Santo Grial, y Bernie Ecclestone, con una fórmula todavía más mágica, inclusive, pasó el célebre duque empalmado. Triste, uno tras otro los vio pasar, para ella eran muñecos... de falla.
Dicen en El Mundo que el presidente llamó, la encontró sin su Banco de Valencia. La llamó: Barberá, mi edila fiel, mi plan, deja ya de tejemanejes. Escucha bien, soy Rajoy, me acordé de ti. Le contestó, con aquel vozarrón, no quiero un ministerio, no es ése mi deseo. Y se quedó con el bolso de Louis Vuitton y los zapatos de Loewe apostada en el balcón. (Na-na-na-naaa na-ra-na-na-na-naaaaaaa)
¡Menudo culebrón! Por suerte, en unas horas habrá pasado todo, las comisiones con su ofrenda tendente al infinito, el día de San José Padre Putativo y se apagará el estruendo de las tracas y las bombetas, y los monumentos de cartón piedra serán pasto de este inmenso crematorio municipal que es el Cap y los casals en su fiesta grande. Mañana, como ayer, como hoy, como siempre, solamente permanecerá el ninot indultado, el que no arde ni con alcohol de doce años, impasible a la combustión de los demás. Ya saben a quien me refiero.