Publicado por Cronista Montañés lunes, 17 de febrero de 2014


Creánme si les digo que llevo oyendo el cuento del "Poder Valenciano" desde que tengo uso de razón. Siendo yo todavía un renacuajo en Nuevas pronto descubrí que el susodicho poder no era exactamente uno de los tres poderes del Estado, ni  el cuarto, ni el quinto. El nuestro era más bien una baladronada inocente, similar a la de aquellos tipos que presumían ante el vecindario de tener un tío en América. Porque se trata de eso, de contar con un autóctono posicionado en las altas magistraturas de la Aministración y esperar a ver qué cae.
Fui creciendo y con el primer estirón supe de las andanzas del primer valenciano poderoso. En esta ocasión el tío americano instaló su bohío en pleno complejo de la Moncloa. Abril Martorell, ése era el hombre, había triunfado en la metrópolis mesetaria, mientras nosotros, a este lado de la Font de la Figuera, debíamos de representar, para él, lo mismo que unos parientes del pueblo. Del vicepresidente centrista se dice que cocinó la Constitución, con nocturnidad y Alfonso Guerra, y que intervino en esa partida de pelota de blaus rojos que fue la Transición en Valencia. Naturalmente, don Fernando apostó fuerte a favor del equipo azul que, a pesar de salir al trinquete como virtual perdedor, se llevó el gato al agua contra pronóstico. Con todo, su mayor logró en la región consistió en vestir a la hija de Adolfo Suárez con el traje de fallera mayor infantil. El padre, que se desplazó hasta el Cap y Casal para asistir a la imposición de la banda de honor a la niña Sonsoles, aprovechó aquellas horas de dicha familiar para anunciar, por sorpresa, la celebración inminente de elecciones libres. Quizás en esta insignificante anécdota radica el quid del "Poder Valenciano": alcanzar pequeñas metas de enorme simbolismo, sin que le cuesten un céntimo al que nos concede la gracia. Un quid pro quo, pero sin el quo.
Algo más talludito y con más pelo del que conservo fueron pasando, sin pena ni gloria, por los respectivos gobiernos centrales: los cuneros de la UCD Lamo de Espinosa y Gamir, y, más tarde, los oriundos del PSOE Albero, Solbes y un ex Lerma en retirada. Ah, casi me olvido de Asunción, que duró en Interior el tiempo que el Benemérito Cuerpo custodió el escurridizo cuerpo de Luis Roldán. Nadie hubiera asegurado que los tecnócratas levantinos tenían aquí la partida de nacimiento o la cinscunscripción electoral, simplemente se diría que habían venido al mundo en el ministerio y que éste era su única patria chica. En cambio, en todos los gabinetes ha habido -y sigue habiendo- andaluces, que son andaluces con gracejo, gallegos que se hacen los gallegos, vascos que son vascos buenos y catalanes que son muy suyos. No obstante, la norma, por la que nuestros conciudadanos con cartera se vuelven apátridas, cuenta con una excepción que la confirma la regla: Carmen Alborch. La ministra de Felipe con sus cabellos azafranados, los abalorios de quincalla posmoderna y los trapitos de Montesinos, siempre fue tan barroca y mediterránea que no podía negar su procedencia. Y también es mala suerte, que para una vez que nos sale un político tan valencianísimo, es responsable de la cultureta y no de las Obras Públicas.
Más tarde, cuando ya me convertí en concejal promesa, el mayestático Aznar arribó a la presidencia del Gobierno. El líder popular y veraneante de Playetas de Oropesa quiso contar entre sus directos colaboradores con los medio murcianos, medio alicantinos Trillo y Zaplana. Los cartagineses representaron una rémora para el presidente en los aciagos días de la guerra de Irak. Y es que el ejército de Sadam distribuyó entre la población imágenes de la pareja desfilando con los moros en las fiestas de Alcoy. La caraba.
Después, con la vara de alcalde de capital en la mano y con ZP en la Moncloa, sucedió un hecho sin precedentes, media docena de sus ministros aseguraban ser valencianos, incluso alguno llegó a empadronarse en una alquería deshabitada para fingir su valencianía. ¿Sería ésta la señal de que el "Poder Valenciano" existía y, al fin, iba a sustanciarse en forma de decretos-ley a favor del terruño? La ocasión no podía ser más propicia, en la mesa del Consejo se sentaban los Sevilla y Pajín, junto a los vicepresidentes De la Vega y Solbes, pero la morriña únicamente les sobrevino para montar una prisión en Albocácer y el plan ajo y agua con el que nos cambiaron los hectólitros del Ebro por dos desaladoras. Menudo chasco.
Legados al presente, Mariano Rajoy nombró un Ejecutivo sin un triste valenciano en la capilla de ministriles. Miento, el paracaidista Margallo, por aquello de que es un habitual en la Costa Blanca, cuando le viene en gana ejerce de lugareño accidental, organiza paellas ante el Cuerpo Diplomático, y, en el 13 rue de Génova, se ofrece para el "sacrificio" de sucederme.
Y en estas estábamos cuando va Rubalcaba y anuncia que la cabeza de cartel para las elecciones europeas será su mano derecha en el partido de la rosa. Por hache o por be, Elena Valenciano no es menos comunitaria que el ministro de Exteriores; los dos son madrileños y los dos disfrutan de sendos bohíos en la Marina. Además, ella es valenciana por partida doble: por la segunda residencia y por el primer apellido.
En resumen, el "Poder Valenciano", ahora como antes, consiste en tener un tío en América o una tía en Estrasburgo.

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