Publicado por Cronista Montañés miércoles, 12 de febrero de 2014


Busco mi apellido en la enciclopedia vikinga y tropiezo con el nombre de Pompeu Fabra, ingeniero industrial al que se atribuye la autoría del Diccionari de la Llengua Catalana entre otras civiles. Según leo, el monumental vocabulario fabrista es el abecé que ha permitido a nuestros vecinos del piso de arriba alcanzar hitos lingüísticos tales como los Pastorets, la pasión de Ulldecona, el himno del Barça o la TV-3. Como ustedes ya sabrán, el ministerio del ramo mandó clausurar las emisiones de la cadena en la Comunitat, por ser éste un medio que, aunque se expresa en un idioma que no es el nuestro, se le entiende todo. Uno, desde la modestia del cargo, también ha cerrado lo suyo: el Canal 9 y su respectivo ente radiofónico. Por estas fruslerías, y otras que ahora no viene al caso citar, me acusan de querer acabar con el vernáculo. Falso.
A los valencianoparlantes, oyentes o escribientes todavía les queda el Misteri de Elche, los juegos florales de Lo Rat Penat, los ripios falleros (con o sin faltas) y el Tombatossals. Y eso no es todo; también cuentan, para mi sorpresa, con las consultas domésticas a un diccionario, no el de mi tocayo el ingeniero industrial, sino el que ha elaborado a traición la loca Acadèmia de ortografía. El acabose.
Les explico; las cuestiones lingüísticas siempre han generado debates bizantinos entre nuestros conciudadanos, tanto que se diría que cada uno de ellos es un filológo en potencia. Por fortuna, los que nos criamos en una época en la que se hablaba castellano “porque hacía más fino”, estas veleidades dialécticas apenas las practicamos. El cristiano es cristiano de aquí a Lima y el asunto no despierta ninguna controversia entre los naturales de las dos orillas del Océano. En cambio, en cuanto aseguras que el valenciano es una cosa, o aventuras la contraria, has bebido aceite.
Desde mi puesto de responsabilidad, y con la intención de aportar la opinión de lego en la materia, un día se me ocurrió certificar que la lengua de Tirante el Blanco procedía del íbero. ¡Qué había dicho! Fui el hazmerreír de tirios y troyanos, no los de verdad, sino los que entran en tu muro de facebook. Yo únicamente pretendía alcanzar la concordia entre los míos, ya fueran éstos partidarios del linaje mozárabe o de la estirpe leridana. De ahí que los íberos se me antojaran un pueblo neutral para los  bandos en liza: la Kalebarraka y el Octubre-Fest. Mi gozo en un pozo.
Ahora -a falta de cajas de ahorro- se ha reabierto la caja de los truenos y ya recaen sobre mi conciencia el crimen de Caín y el castigo de Babel. Los cainitas han regresado con la quijada dispuestos a cometer su fratricidio contra la AVL. Y en la Comunitat, igual que en la torre mesopotámica, revivimos una confusión idéntica. Incluso yo, que siempre me expreso en un perfecto español, he comenzado a balbucear frases ininteligibles lo mismo que un edetano o un Ozores, convirtiéndome en un tipo incomprendido por sus semejantes.
El Dios de la Biblia, que condenó a los hombres a que tuvieran que acabar entendiéndose en inglés, ha querido reprender de este modo mis intenciones de mediador en un conflicto entre hermanos. El Todopoderoso del Viejo Testamento sentenció a los hijos de Caín a ser unos hijos de su padre y a los de Babel les pinchó su peculiar burbuja inmobiliaria haciendo que uno no entendiera ni papa de lo que le decía el otro. Entonces me pregunté: ¿quién soy yo, un humilde monolingüe, para violentar la voluntad divina y el poliglotismo?
Apostilla. Muerto de curiosidad, he querido realizar una búsqueda en el diccionario normativo en la Red de Redes, a hurtadillas, ajeno a la mirada de la secretaria plenipotenciaria, del coach, y hasta del topo que todo lo ve. Enciendo el Mac, tecleo una palabra al azar y le doy al intro. En unos segundos leo en la pantalla: Moniato, tubérculo comestible rico en fécula y azúcares (uf, menos mal). Pero el texto prosigue (lagarto, lagarto), un poco más abajo, abundando en la cuestión, compruebo que existe otra acepción para el vocablo: ignorante, descerebrado, y una frase, a modo de ejemplo: A ése no se lo pidas, que es un moniato. Cría académicos...





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