Publicado por Cronista Montañés
miércoles, 8 de enero de 2014
Los socialistas, tan progres ellos, bebían los vientos por ser modernos y en un par de legislaturas ya habían llenado el cauce seco del Turia de zonas verdes, un auditorio-microondas y hasta un Gulliver en Lilliput. El proyecto de esta parte del río sin caudal recayó en Ricardo Bofill, un catalán famoso por construir columnatas y frontispicios en estilo dórico. Y más famoso, si cabe, por ser padre de Ricardito Ídem, el pollo pera que se casó con Chabeli, hija de la Preysler y Julio Iglesias. Bueno, no nos desviemos del tema, que la prehistoria es muy larga, y tengo que llegar hasta el día en que el Molt Honorable don Joan se fijó en el arquitecto de Benimàmet para levantar su obra más faraónica: la Octava Maravilla del Universo. Ya he explicado que la socialdemocracia anhelaba vernos metidos en la posmodernidad a cualquier precio y, visto que el catálogo de edificios de Bofill recordaba demasiado al Imperio Romano, mi antecesor prefirió confiar sus nuevos sueños de grandeza a un constructor menos peplum. En París, François Mitterrand diseñaba monumentos cúbicos, esféricos y piramidales. En Barcelona, Pasqual Maragall -¡otro de la Internacional Gauche Divine!- coronaba el anillo olímpico con un cohete espacial que portaba la firma del ingeniero helvético-levantino (helvético por los sobrecostes y levantino por el "pensat i fet").
El Calatrava de los noventa todavía no era el Calatrava de los dosmil, sobre todo porque entonces se estaba especializando en levantar antenas colectivas y puentes resbaladizos. En el Cap y Casal, sin ir más lejos, concibió uno sobre el viejo cauce del Turia con el característico perfil de raspa de cetáceo. Gracias a la reiteración de este croquis, tan espectacular como inútil, nuestro maestro de obra fue definido como un "organicista"; aunque yo las únicas formas orgánicas que veo que imitan las mastodónticas construcciones son las carcasas de ballena. Y, como los acabados siempre los remata en blanco nuclear, no me extrañaría que sus monumentos sean homenajes póstumos a Moby Dick. Así, este continuador del capitán Ahab en arquitectura, el arponero que ansiaba vencer a la bestia fue elegido por Joan Lerma -¡máldita la hora!- para levantar aquel cementerio marino que había de albergar el museo del ADN, un cine hiperbólico y una ópera de opereta. No obstante, los que han leído la novela de Herman Melville ya sabrán que la captura del monstruo resulta una quimera inalcanzable, la ballena blanca siempre acaba venciendo a sus perseguidores. Algo parecido es lo que le ha ocurrido a Santiago Calatrava: sus volúmenes sacados del osario, aún después de muertos, todavía propinan coletazos y una lluvia de trencadís y platos rotos que puede partirle la crisma al primero que pase por debajo. Yo, por si acaso, no me arrimaría mucho por allí y, lo he dicho: la culpa, de los socialistas.
Excelente artículo, la verdad es que mejor no lo puedes explicar. Lo comparto.
ResponderEliminarMolt bo el artículo amigo cronista, me he descojonado desde la primera hasta la última línea. Un abrazo desde Gijón
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