Ave Mariano

Del saludo imperial y algo péplum «Ave, César» al actualísimo y muy popular «Ave, Mariano, sin pecado concebido» median exactamente dos milenios de cartón piedra, once años de promesas electorales y media hora de retraso ferroviario. Antaño, un edatano o un ilercabón lo pudo pronunciar al paso de un patricio romano que marchaba por la Vía Augusta encaramado en su cuádriga de velocidad (lenta) camino de la ciudad de Rómulo, Remo y la Loba capitolina. Ahora, los descendientes de aquellos paisanos de la Dama de Elche se lo han podido gritar al gobernador de la Hispania Ulterior y la Citerior en viaje de ida y vuelta a ninguna parte. 
Rajoy (que significa: 'el rayo de hoy' en galaicoportugués) se subió en el Ave en la Puerta de Atocha de los Madriles y descendió en la puerta más tocha de la estación de Castellón. Este cronista se sumó a la comitiva presidencial en Joaquín Sorolla y por ello sabe en primera persona cuanto aconteció a la altura de Saguntum, cuando aquella 'cuadriga' de la velocidad (¿alta?) estuvo parada durante treinta minutos.
El presidente de España, sobre quien el amanuense ya contó en una ocasión que si te cruzabas con él en una escalera nunca sabías si subía o bajaba, protagonizó otro de estos episodios marianistas, de modo que nadie supo muy bien si aquella cafetera avanzaba o estaba quieto. Es ese instante en que crees que tu tren se ha puesto en marcha y, sin embargo, sigue parado y son los otros los que circulan a toda máquina. Así sucedió, pues nos adelantó un cercanías, el tranvía a la Malvarrosa y hasta la Panderola, xis, xum, traca, tra. Y pensé que una cosa tan extraordinaria no podía estar sucediendo el mismo día de la inauguración del tren bala. Pero en este viaje al fin del mundo, al finisterre de los naranjales y las baldosas, todo era posible. 
El realismo mágico del lejano país de Cunqueiro penetró con sus brumas espesas en estas antípodas peninsulares y una neblina atlántica comenzó a colarse en este rincón ignorado del Mediterráneo, una periferia equidistante de todos los centros. Y todo gracias a las bocanadas del humo espeso que don Mariano comenzó a producir consumiendo puros habanos como una vieja locomotora a vapor. En una centésima de segundo ya no vi nada más allá de mis narices. Como si me hubiera transportado a Camelot, el Merlín de Pontevedra, que disponía de poderes (al menos de los poderes del Estado), por treinta minutos de reloj se mostró un tipo vulnerable. Eso sí, un hilo de anhídrido dulzón, hijo natural de aquellos hilitos de pastelina del Prestige, fulminó mi pituitaria y me dejó más paralizado que el vagón de primera. Al punto, comprendí que la emanación del cigarro era capaz de transportarnos a los días en que se podía fumar en los trenes sin distinción entre fumadores pasivos y activos. 
Aquel fue un tiempo de vino y rosas en que los bipartidistas de la Segunda Restauración (PP-SOE) no tenían que estar pendientes del retrovisor, ojo avizor por si el que llevaban detrás siguiéndoles por la senda constitucional iba a adelantarlos por la extrema izquierda y, si se descuidan, hasta por la ultraderecha. El líder español buceaba complacido en ese pasado pluscuamperfecto sin Ciudadano's ni Faes, ni voxes, y le ofreció un Montecristo a Puig, que aseguró que le sumergiría ipso facto al pretérito anterior a Compromís, Podemos y las ocurrencias. El Honorable rehuyó su regalía, no fuera a apuntársela en el capítulo de la deuda autonómica a cargo del Fla, y porque el morellano es más de Cohibas. Éste realizó la circuncisión de su prepucio de hojas crepitantes, escuchó el grillo caribe que esconden (cri-cri) y le dio candela. Al instante, se vio como un monarca magnánimo que celebraba la creación de la Generalitat de aquí (hace 600 años) y presentaba ante el mundo su logotipo impactante y de mucho diseño. También se imaginó, claro está, con mayoría absoluta, al cuidado de un jardín botánico donde no crecen las plantas carnívoras y sobrevolando Valencia a lomos del dragón alado del escudo, como el protagonista de La historia interminable, por si la cosa podía durar eternamente (tres o cuatro legislaturas). 

Entonces, saliendo del ensueño, don Mariano le susurró al oído: «Se da cuenta, don Ximo, de que en este convoy sólo viajamos nosotros solos, sin polizones, sin más rivera que la del Mare Nortrum, sin más iglesias que los templos dedicados a Zeus y Afrodita, sin más costa que la del Azahar, sin más camps que los huertos de navelates, y liberados, por siempre, de la Gürtel, los Eres y la Púnica». A lo que su homólogo respondió sobresaltado y entre sudores: «¡Hablando de Aníbal Barca, se da usted cuenta que hace media hora que estamos parados y que esto no chuta!».

lunes, 15 de julio de 2019
Publicado por Cronista Montañés

Los juegos de Aznar



Si José María Aznar se llamara María José seguro que existiría un huracán con ese nombre. El otro día pasó por Valencia este fenómeno de la naturaleza, profirió su arenga faesista (no se me malinterprete) y lo dejó todo manga por hombro. Se nota que ya no es el tipo apocado que se acercaba a Las Playetas de Oropesa a veranear con la familia, darse el chapuzón entre flashes y tomarse un arrocito en Castellón. Tal vez, lo único que el castellano viejo no tenía previsto en aquellas estancias estivales era conocer de viva voz la existencia del idioma vernáculo. Pero un domingo sucedió: en la intimidad de los paelleros, escuchó exclamar a un paisano: Xe, collons, açò està de categoria!. Él no supo qué decir, sólo respondió con un gesto de circunstancias, como si fuera un monje de Silos con voto de silencio. A pesar de este incidente, en los agostos de la Costa del Azahar, al matrimonio Pepe-Botella siempre se le vio muchísimo más relajado que un tiempo después, claro que Josemari todavía era el jefe de la oposición ("Váyase, Señor González") y Ana aún no era candidata olímpica ("Relaxin cup of café con leche"). Evidentemente la pareja no estaba presente el día que repartieron el don de lenguas, pero nunca es tarde...
En el transcuro de unos años, Aznar le ganó a Felipe por la mínima en las elecciones de la dulce derrota de 1996 y, sin motivo aparente, jamás regresó a la urbanización del Levante. Su victoria había sido pírrica, pues estaba hasta el pirri de perder contra el sevillano. No obstante, a la tercera fue la vencida, y el exiguo resultado del escrutinio le confirmó que aquella mayoría simplona necesitaba el voto de las minorías vasca y catalana. En seguida, se acordó de que tenía un abuelo con ocho apellidos peneuvistas y que, gracias a la charla de los domingueros de las paellas frente al  Mediterráneo, podría atreverse a chapurrear la lengua de Salvador Dalí. Dicho y hecho, el líder de la derecha se citó con Pujol, su homólogo de la derecha de la península, en la suite nupcial del Hotel Majestic de la Ciudad Condal. Tras esta breve pero sudorosa luna de miel, Josemari confesó que en la intimidad de la habitación se aventuró a pronunciar la frase: "la pela és la pela", con acento surrealista.
Así, con aquellos apoyos periféricos a precio de usura, pasó su primera legislatura, suprimió la mili y los gobernadores civiles, y España entró en el Euro con calculadora. Todo se saldó de mil amores, inclusive el Efecto 2000, un mal apocalíptico que había de colapsar los ordenadores del planeta. Sin embargo, en el cambio de Milenio sí que se produjo un efecto dos mil veces peor: Aznar alcanzó la mayoría absoluta. Había llegado la ocasión de sustituir a don Jordi por don George, de cambiar el catalán por el tejano y de pronunciar otra de sus celebérrimas frases: "Estaaaamos trabaaajando en eeeeeeello", con los pies sobre la mesa del rancho de los Bush. En ese nuevo Pentecostes, el hombre el bigote de charlotín al fin iba a poder entenderse con los anglosajones, el reinounidense Tony Blair y el estadounidense Ge Doble Uve Junior, que eran los que cortaban el bacalao del Atlántico Norte. Entonces, el presidente del Gobierno se vio a sí mismo como un águila real que, por su instinto rapaz, señoreaba el cielo de la Meseta sin un rival a la vista y, desplegando sus alas, ya se dirigía hasta el centro del mundo como una flecha negra. Para cuando se hizo la foto de las Azores, ya no se acordaba de la foto de los arroces de Playetas, donde le trío lo formaba con Zaplana y Fabra. A su regreso del archipiélago y en su mejor español, logró traducir a sus compatriotas lo que le habían dicho los dos mandamases en la lengua del Imperio Británico: "Creanme, Sadam guarda almacenadas armas de destrucción, más IVA", que fue lo que había entendido con el método Bauman.
Ese día comenzó el principio del fin del Aznarato y, al unísono, nació la Aznaridad como leyenda. Por aquellas fechas, mes arriba mes abajo, casó a su hija en San Lorenzo del Escorial y el cátering lo puso Correa. Luego, con el dedo divino quiso regar el desierto de Almería con el agua del Ebro, y con otro dedo nombró a su sucesor, Mariano Rajoy, sin duda, el hombre de más prestige del Ejecutivo y al que no le resultaría complicado moverle los hilitos. Después, como en un carrusel diabólico, todo se precipitó, tras los atentados del 11-M ("Ha sido Alka-ETA"), los populares perdieron la popularidad y, lo que es más importante, las elecciones. Se acabaron los cuatrienios en el complejo de La Moncloa y, en esa hora, aquel hombre desacomplejado emergió de las ruinas de su propio hundimiento, como la Gaviota/Fénix del logotipo. Ana Botella se hacía con el mando en plaza de Cibeles, Génova 13 quedaba bajo control de sus acólitos; por si las moscas, él se reservaba la  presidencia de honor del PP y de la Faes, era nombrado miembro del Consejo de Estado y de algún que otro Consejo del Ibex. Mientras tanto, del otro lado del charco, le esperaban las aulas de Georgetown y los platós de la Fox del magnate Murdoch, a quien empezó a asesorar en su perfecto inglés. Y no tardamos en tener noticias de la mutación física y metafísica que experimentaba, de sus cientos de abdominales diarios, de su tableta de chocolate sin tasa, de su preparador Bernardino, de su rasurado felpudo maldito, en una palabra: de su desmelene capilar... e ideológico.
Normal, nuestro estadista, a día de hoy, tadavía sigue pensando que fue él quien sacó a España, por el breve instante de sus dos legislaturas, del rincón de la Historieta, esa esquina mal ventilada donde, por culpa de todos los demonios y de todos los gobiernos, quedó relegada la Piel de Toro desde la deriva de los continentes. Sí, sí, también, por culpa de Mariano, que enseguida se olvidó de quién fue su mentor. Lo dijo el poeta y lo parafraseo yo con las palabras del amanuense: de todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de Josemari, porqué no sabe irse.
   

martes, 24 de octubre de 2017
Publicado por Cronista Montañés

Caixa y Nano



Al final sucedió lo que parecía imposible: se abrió la caja de Pandora y, tras ésta, todas las demás. El Banco de Sabadell y la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros de Cataluña y Baleares han hecho un Raffaella Carrá, o, lo que es lo mismo, se han venido al sur. Los presidentes Fainé y Oliu, en sus respectivas juntas de accionistas, han reconocido que para hacer bien el Euribor hay que venir a la Comunitat y, acicalados con sendos pelucones rubio platino y trajes de fleco abundante, se han arrancado con el tema enterito: «Tuve muchas experiencias y he llegado a la conclusión que perdida la independencia en el Sur se pasa mejooooor». Después, el señor Oliu confesó que a él le gustaba más Sergio Dalma que La Carrá. Éste también era de Sabadell y, sin embargo, cuando susurraba las baladas fingía ser italianísimo. Es por ello que el mago de las finanzas pensó que el vocalista podía servir de ejemplo para su banco que, aun siendo catalán, ahora debía hacerse pasar por alicantinísimo. Entonces, se liberó del postizo, puso la voz rota, y se atrevió con la versión libre para banqueros del famoso hit: «Ingresar en el cajero no es ingresaaaar, es como estar ahorrando solooooo, tú con la libreta de la CAM y, a dos metros de ti, sacando tu Manoloooo».
Las autoridades más sediciosas del país norteño esperaban que por la Diagonal volviera a entrar el general Yagüe al frente de las tropas nacionales, pero ocurrió que por esa avenida principal, que cuenta con varios carriles en ambas direcciones, empezaron a salir pitando de Barcelona sus magnas entidades de crédito. Mi homólogo tampoco daba crédito. Él, para los asuntos de la pela, siempre se ha fiado del ex Artur Plus que le juró (y le perjuró) que los bancos no se marcharían nunca.
Junqueras, como de costumbre, vio la parte positiva de la noticia: la infanta Elena iba a perder su empleo en la Obra Social, y es que echar al paro a los miembros de la Casa Real es siempre el objetivo de cualquier republicano que se precie. Por algo se empieza, se dijo el Vice, a quien también le tranquilizó bastante pensar que el movimiento de las citadas entidades no excedía los límites de los Países Catalanes (a saber: la antigua Corona de Aragón, sin Aragón).
A los que les que ha alegrado sobremanera la fuga de capitales es a las CUP, y es que ellas (hay que nombrarlas en femenino incluso cuando se trate de tíos barbados) además de indepes son anticapitalistas y antisistema, y es sabido que no existe nada peor para sus lideresas que la figura de un banquero con puro, mostacho y chistera, como el del Monopoly. Tampoco les gustaba un pelo Rato –calvo y con perilla– a quien su portavoz bocachancla llegó a amenazar con una chancla.
La alcaldesa de la Comuna, nuevamente, se ha puesto de perfil y recordemos que su perfil bueno es el de hada madrina de hipotecados. De modo que, al contemplar como ese par de rascacielos del skyline barcelonés se autodesahucian, se dijo, cual Silvia Pérez Cruz: «Es indecente, gente sin caja, cajas sin gente».
No quiero ser uno de esos que, en las horas críticas de la «Operación Salida», hacen leña y hasta biodiésel del árbol caído. Eso lo dejo para los gobernantes de la Meseta. Esos que corren a acoger a Gas Natural y Aguas de Barna, sin gas. Los que brindan estos días con Freixenet, pues desde que explotó el ladrillo ya no se acordaban de cómo era una burbuja. Esos que esperan que Planeta les conceda el Premio, instalando la sede de la principal editorial en castellano en la Castellana. También los que cruzan los dedos para que se vaya la Seat, que como es una planta costará más de trasplantar.
No es para tomárselo a broma, le insisto al amanuense. No. Los valencianos y las valencianas hemos vivido en primera persona la pérdida de bancos y cajas. Es por ello que nos pesamos que el destino nos los ha devuelto con las letras del revés y donde antes en el rótulo decía: Bancaixa, ahora pone: Caixabanc, tanto monta, y donde antes hubo un monigote de Mariscal en forma de asterisco* (*¡yuyu!) hoy vemos la estrella del pintor Joan Miró, que es la única estelada constitucional.

PS: ¿Qué pensaría de todo cuanto sucede la padrina de Serrat, la que le abrió una cartilla a su ahijado porque tenía que «estalviar els diners, fill meu, com sempre ha fet la tieta»? ¿Qué diría la pobre mujer si supiera que la sede social de su caja de ahorros se había trasladado y, por lo tanto, había abierto una cuenta en el extranjero? Por esta y otras canciones le he otorgado al Noi del Poble Sec la medalla de oro de la Generalitat de aquí. Porque les podemos haber birlado La Caixa, el Sabadell y la Nocilla, pero de este out let de las primeras marcas del Principat, y por más que se desgañite La Carrá, yo me quedo con el Nano... quizá porque mi niñez sigue jugando en su playa.
viernes, 13 de octubre de 2017
Publicado por Cronista Montañés

PuigdelsPorts




Queridísimo Molt Hororable o Inhabilitable o Querellable, de Generalitat a Generalitat, de Villa Abajo a Villa Arriba, de Puig-dels-Ports a Puigdemont:
Te escribo conmovido por las últimas noticias que me llegan del antiguo Principat y/o futura República, una vez que has aprobado las famosas leyes de desconexión con España o/y la parte que me toca, el Maestrazgo. Además de Tigre de Morella, soy socialista y a mí tampoco me importa tener una o más naciones, ni la doble nacionalidad, que ya dice mi secretario general que el Estado es una multinacional. Sí, España fabrica nacionalidades como la Ford produce Focus o la Nestlé elabora nescafés. Sin ir más lejos, por esto último el Régimen del 78 ha hecho historia, por dar «nescafé para todos», menos a los vascos, que tacita a tacita les tocó el sueldo nescafé. Pero los gustos de la clientela se sofistican, evolucionan y la fábrica de chocolate toma nota. Así, poco a poco, hemos pasado de aquella patria indisoluble al Nexpreso soluble... y más aromático. Precisamente, la mañana que tenía que reunirme con George Clooney en el palacio de la Moncloa para tratar sobre la comanda de ristrettos y vollutos que le quiero hacer, va y tú y me contraprogramas la visita con la sesión del Parlamento de Cataluña sobre el referéndum 1.0, con papeletas de fotocopiadora láser, urnas de impresora 3D y felpudo del Ikea.
En el país de los valencianos, aunque no te lo creas, también sufrimos el FLA, y nos produce las mismas flatulencias que a tu vicehonorable, pero, en lugar de refrendarnos literalmente, organizaremos una mani contra la infrafinanciación que lucirá el lema «Som una infra-nació», pues no nos llega ni para pagar las letras de la pancarta. Ah, también sufro al Pepé de la Comunitat, que me acusa de estar secuestrado por los pancartalanistas.
Todo lo que sucede me ha traido a la memoria los años cuando estudié Ciencias de la Información en la Autónoma (como tú) y las vecinas del barrio donde vivía chillaban por los balcones (como tú): «Volem butà!». Era otra Transición, menos transitiva que la vuestra de ahora e incluso se diría que fue una enajenación transitoria. Por los transistores hasta se oía cantar a Juanito Valderrama: "Adios mi España querida", una copla premonitoria. Del único «procés» del que se hablaba era del Proceso de Burgos, los últimos samurais se hicieron el harakiri franquista (pero sin catana, que duele) y, al fin, el pueblo pudo "vutà" en un referéndum que, como en cualquier referéndum bien montado, salió que «sí». Más que un referéndum parecía un musical, "Habla pueblo habla", "Libertad, liberdad, sin ira libertad". Todo de "la ley a la ley" y tiro por que me toca, y hecha la ley, hecha la Constitución. Hasta Tarradellas volvió a casa y dijo aquello de «Ja sóc aquí!». Luego, el que estuvo por aquí (y por Andorra) fue Pujol, el muy exhonerable, que también soltó su frase: «Què s'han cregut?». Fue la pregunta que lanzó a Madrid para rehacer el camino de vuelta, como un bumerán, treinta años después. Felipe quiso des-bancarlo pero don Jordi, enfundado en la señera (entonces, sin más estrella que la de La Caixa) se calló el secreto. «¿Qué se han creído?» ¡Todo! ¡Nos lo creímos todo!
Querido Molt, me dirás que no lo has podido hacer mejor, que no te han dejado, que para cocinar una tortilla (española o francesa) antes se ha de romper uno o más huevos. Que Rosa Parks también tuvo que colarse en el autobús de la Historia sin enseñar el billete al revisor. Que ya tenéis mayoría de edad y de la otra, y que la Forcadell lo quiere Òmnium. Que, cuando te embarcas en la golondrina del puerto para ir a Ítaca, en la mitad de la travesía, no se vale decir que siempre te ha gustado más el nano Serrat que el diputat Lluís Llach y que tú también naciste en el Mediterráneooooo. Que sí, que tú tienes toda la razón (y Marhuenda La Razón), pero con eso no basta, que después del Brexit (que no es una serie de Netflix), un Catexit exitoso te sacará de la UE y Junqueras, por mucho que repita posverdades como puños, nunca se convertirá en Juncker. 
También me ha sobrado tiempo para pensar en el temible «choque de trenes». Si este se produce en algún lugar indeterminado de la geografía peninsular ya te puedo asegurar que no será en el Corredor Mediterráneo, sencillamente, porqué únicamente existe en nuestra imaginación. Además, a los de Vinaròs sólo les falta que el descarrilamiento ferroviario suceda en su municipio; después de los terremotos del almacén de gas de Florentino y de las últimas explosiones de las bombonas de la yihad, los sufridos vecinos al sur del Ebro ya andan gritando: ¡No queremos "butà"!
Post Scriptum:
Me ayuda a elaborar esta epístola presidencialista el Cronista Montañés, el negro que anteriormente escribió Los días del trencadís de Alberto Fabra, a quien presupongo experto en rompimientos y/o trencadisses.
El muy ingenuo no sabe nada de los referendos legales y mucho menos de los ilegales, y se ha atrevido a apuntarme una solución a tu desafío. Según él, lo más sencillo es que los ciudadanos catalanes y las ciudadanas catalanas (y los Ciudadano's de Rivera) acudáis todos a la Notaria, para que el fedatario público levante acta a vuestros desvelos y recelos, y después que os recuente uno a uno. Seguro que el Gobierno lo notaría. De este modo, sobran las urnas y las papeletas, y menuda papeleta se le presentaría a don Mariano –el registrador de la propiedad de Santa Pola– si sale que vuestras últimas voluntades pasan por modificar las lindes del solar... patrio.
Después de escuchar las ocurrencias del amanuense, le sugiero un título provisional para el segundo volúmen: Los años botánicos, el que habrá de dedicar a glosar las glorias de mi mandato tripartito como presidente de esta nuestra Comunitat.


martes, 10 de octubre de 2017
Publicado por Cronista Montañés

Viejo, nuevo Nou



Ha vuelto el 9 de octubre de la misma manera que todos los años regresa el Día de la Marmota. Así, atrapado en el tiempo, me veo como el actor Bill Murray y a mi vicepresidenta Oltra en el papel de Andie MacDowell, protagonizando la misma historia Y no me refiero a nuestro affaire bipartito, sino a la Historia valenciana con hache mayúscula. Perdonen que adopte el modo rey Don Jaime, pero pienso que la jornada lo merece, y es que ya me veo presidiendo los actos institucionales más mayestático que nunca. Una vez más otorgaré las altas distinciones y las menciones, a los que las hayan merecido, y horchata y fartons al resto. Y nuevamente pronunciaré unas solemnes palabras sobre las grandes cuestiones que nos desbordan desde que el homínido es hombre: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos a comer después del piscolabis, que me he quedado con hambre?
Sí, reconozco que vivo encerrado en mi burbuja palatina, y que más allá de estos muros están vuestros muros de facebook. Por eso sé que el Día de la Comunitat os la trae al pairo, que, como mucho, cogéis el coche, la bolsa-nevera hasta los topes y los tuppers con los sanjacobos y os plantáis con la sombrilla sobre la arena como si no hubiera un 10 de octubre. Todos llevamos un Jaime I escondido en lo más recóndito de nuestra alma vernácula y la toma de la primera línea de la playa es la forma más aproximada de conquistar un palmo de tierra que llevamos a la práctica. Después, volveréis a vuestros hogares, contentos y pagados por haber cumplido con la tradición, porque es algo que lleváis en el ADN, o en el DNI, porque donde pone «población», ahí está el pueblo valenciano que os vio nacer y hoy es su gran día y su gran noche. Así que, tots a una veu, a cantar: «Hoy para mí es un día espesiaaaaal, pues saldré por la nocheeeee...» (¡Qué grande Raphael y cómo cantaba El Tamborilero en la Gran Noche... del franquismo!).
Después están los que celebran la jornada como si fuera L’Onze de Setembre, con un mes de retraso, o los que lo festejan como si se tratara de la víspera del Día de la Raza (sic) y la Pilarica, que no quiere ser francesa. Pero en el viejo y nuevo Nou siempre estaréis vosotros/vosaltres, los que miráis al cielo para ver si os podéis montar el puente, más o menos como esos influencers de la campaña de la lengua que gritan: «construiré mil ponts, mil vegades».
Ya os he dicho que estoy en modo Conqueridor y, puesto que me hallo redactando (con el negro) este nuevo Llibre dels Feits, me dispongo a dictar una prerrogativa regia, aunque muy poco realista. A saber: el Día de la Marmota sirve a los vecinos de la localidad de Punxsutawney (Pennsylvania) para averiguar cuánto tiempo queda para que acaben los fríos del invierno estadounidense. Cada 2 de febrero, esta jornada pseudometeorológica tiene como protagonistas a un roedor, medio aturdido ante el gentío, y las autoridades locales, vestidas de cobradores del frac. Valencianos y valencianas, sin despreciar el sentido romántico de la Mocadorà, la Procesión Cívica y el Te en la Catedral, os propongo convertir nuestro festivo remunerado en el día en que tratemos de averiguar si los calores del verano (y del veranillo de San Miguel) han tocado a su fin. Para saberlo a ciencia cierta, y más como está últimamente el cambiazo climático, también necesitaré un bicho metido en un cajón. El cronista me aconseja que utilice al topo, pues desde que acabó la anterior legislatura el hombre no trabaja y eso que en el pasado  fue el funcionario que demostró una gran productividad a la hora aflorar las facturas ocultas del Palau. Entonces, un servidor, acompañado por el Consell en pleno –pero vestidos de etiqueta, no como de costumbre– deberá sacar al topo de su escondrijo. Si el animalito se vuelve para adentro, será la señal inequívoca de que el estío ha acabado y con él nuestra campaña turística de sol y paella. Si, por el contario, el roedor sale por su pie con un ticket de compra de mi actual etapa de transparencias ya sabré que el tío trabaja para la oposición. ¡Y que tenemos verano hasta la Purísima!
lunes, 9 de octubre de 2017
Publicado por Cronista Montañés

Los días del trencadís


Los llamados días del trencadís sucedieron
entre el otoño de 2013 y el verano del año siguiente. Acontecieron tan sólo unos meses después de que que las profecías de San Malaquías anticiparan la proclamación de un papa negro y el calendario de los antiguos mayas señalara el fin de la raza humana. Este periodo, aunque duró aproximadamente lo mismo que una gestación, no alumbró nada concreto ni siquiera clasificable. No obstante, y a pesar de la dificultad para definir lo inefable, diré que la Historia en este tiempo nuevemesino preñó las horas de acontecimientos extraordinarios, hechos inopinados y, tras resistirse como una hembra primeriza, rompió aguas junto a otros elementos.
La ruptura, lejos de ser planetaria, focalizó su carácter apocalíptico en la península ibérica, una región del globo que evidenció las endebles costuras de los continentes. Comenzó afectando a las placas tectónicas sumergidas bajo las costas levantinas con el consiguiente reflejo en la caprichosa escala Richter y en el pertinaz separatismo catalán. El terremoto posteriormente alcanzó a las altas magistraturas del Reino de España, desde la corona de los Borbones al sofisticado sistema de equilibrios bipartitos. También sacudió con fuerza a numerosos monumentos erigidos en la época de los pelotazos. Romperse –qué remedio– es el sino fatal de las burbujas y el de las baldosas. De estamanera, una mañana, como si se tratara de un maldeojos bíblico, o como si los indios mayas, con retraso, fueran a llevar la razón con su famoso almanaque, comenzaron a llover cascotes cerámicos del cielo valenciano.
De inmediato se produjo un gran apagón que dejó a los telespectadores sin sintonía en los aparatos de televisión y a los radioyentes sin señal en sus transistores. La babélica confusión de lenguas, antaño ordenada por Yavé, descendió a niveles de incomprensión oral y escrita entre los hablantes de un mismo idioma. De igual modo, los internautas se comunicaban cada vez con mayor dificultad con sus congéneres analógicos, una convivencia dificultosa que recordaba bastante a la que sostuvieron nuestros primeros padres, los evolucionados cromañones, con los inadaptados neandertales.
En otro orden de cosas, los ministros, fieles a la tradición mariana, encomendaron la suerte de sus carteras a las vírgenes más milagreras del país, pues no concebían mejor salida del túnel que comenzar a vislumbrar una lucecita en su extremo más oscuro. Los cantautores siguieron diciendo no, pero eso tampoco representó ninguna novedad en el gremio. Un artista aseguró que una estatua le había hablado tras haberse precipitado al suelo después de arreciar el viento del norte. Un obispo, tal como acostumbraba a predicar en los sermones dominicales, atribuyó esta plétora de calamidades a las concurridas cabalgatas de los hombres nocturnos. Su eminencia clamaba en el desierto, sabía que aquellas palabras ya no eran del agrado de Roma. Y es que el pontífice, aunque resultó evidente con solo mirarlo que no se trataba de ningún negro, era jesuita, que para el caso fue infinitamente peor.
Entonces sucedió un hecho que algunos calificaron de paranormal y otros de simple superchería para el consumo de los crédulos: resucitó un muerto. El señor Pablo Iglesias, el revivido, justo unas horas antes del séptimo día, todavía en la sexta noche, comenzó a hablar por los codos y a proferir sus primeros mandamientos contra la castidad, las mordidas, las dietas, las bufandas y el pepesoe. Tras un bloque de publicidad, este Lázaro se explayó, a modo de parábola, sobre la imposibilidad de que un pobre lograra atravesar las puertas giratorias del paraíso, por donde entraban y salían los ricos tan ricamente.
Estos episodios, sin aparente conexión entre ellos, y otros, perfectamente concatenados, sucedieron en los llamados días del trencadís.


lunes, 10 de noviembre de 2014
Publicado por Cronista Montañés

El príncipe y el cronista

El encuentro se produce en el Salón Dorado del Palacio de la Generalitat de Valencia. La sala, como su propio nombre indica, está recubierta de panes de oro y la mera presencia en su interior causa efectos próximos a la psicodelia que se alcanzaba con el consumo de ciertas pastillas en la época del Esta-Sí/Esta-No. Por suerte, las cámaras de vigilancia y los micrófonos de última generación registran todo lo que acontece allí dentro. Una vez visionado y transcrito, los servicios de inteligencia (es un decir) del gobierno autónomo clasifican las conversaciones, las almacenan en un disco duro y, luego, las pierden. Dada la trascendencia del diálogo que tiene lugar en la dicha estancia flamígera de reflejos alucinógenos, entre los dos hombres que resultan claves en esta bitácora: un príncipe de provincias y el cronista Montañés, reproducimos aquí las palabras de la reunión antes de que se extravíen en el ciberespacio.
—¡Hombre, mi negro! -exclama el Molt Honorable Fabra en tono de francachela y prosigue sin dar pie al interlocutor: No te ofendas por lo de negro, en esta etapa de regeneración y transparencia lo único que trabajamos en "b" es tu escritura. No es necesario que te explique cómo se ha puesto el asunto de la contabilidad.
—El oficio de contar está fatal; lo mismo es si cuentas cuentas como si cuentas cuentos.
—Precisamente, te he mandado llamar porque, según compruebo, la crónica corre el peligro de cronificarse.
—Presidente, toda crónica tiende a ello, es su colmo -asevera el amanuense con visibles signos de sofoquina y abundante sudoración en frente y axilas que atribuye al incesante centelleo que rebota del zócalo de azulejos cerámicos hacia el artesonado áureo.
—Además, no me gustaría que un texto de esta naturaleza tuviera efectos coelectorales y siempre hay malajes que dan la legislatura por concluida. Como quien dice, vivimos en un tiempo añadido, en la prórroga del encuentro y, lo que es peor, no sé si voy ganando o pierdo por goleada.
—Señor, esto nos sitúa ante un final abierto y los finales abiertos confieren mucho prestigio a las obras contemporáneas. No sé si mis e-lectores y sus electores están preparados para tanto modernismo. De algún modo nos debemos a ellos y tienen derecho a saber cómo acabamos.
—¿Qué insinúas que «está el hoy abierto al mañana, mañana al infinito. Hombres de España: ni el pasado ha muerto, ni está mañana en el ayer escrito».
—Ni don Antonio Machado lo hubiera expresado con mayor sentido de la métrica, el ritmo y la prosodia.
—Menos coña, que la frase se la escuché a Adolfo Suárez, siendo yo todavía un niño. Ay, Adolfo. -El quejío y el trato nominal hacia el mandatario fallecido es un rasgo de centrismo que algunos responsables del Partido Partido dejan patente como si guardaran luto permanente por el de Cebreros.
—Las grandes citas siempre trascienden al que las pronuncia.
—Ahí quería yo llegar, Montañés. Las crónicas semanales que has publicado por entregas están repletas de páginas en las que no se sabe muy bien quién es el narrador: tú o el menda lerenda -reprueba el líder levantino, exhibiendo un manojo de folios impresos a doble cara (por la austeridad) con visible gesto de enojo.
—Para el caso es lo mismo, el «yo omnisciente» es la «primera persona» y usted, mientras ostente el cargo presidencial, siempre será la Primera Persona y además del singular.
—¿No serás uno de ésos que me quieren ver fuera de estas cuatro paredes incandescentes? Poner el The End en el texto no te otorga el privilegio de finiquitarme de en medio.
—Nada más ajeno a mis competencias narrativas y estatutarias -reconviene el escribidor fiel.
—Lo cierto, por qué no reconocerlo, es que las circunstancias me han situado ante el final de la Historia con mayúsculas, la segunda Transición que ignoramos a dónde nos conduce.
—Y ante el fin de la historia con minúsculas: el blog sin anillas, no lo olvide.
—Bueno, dejémonos de cháchara y pongamos los puntos sobre los I.E.S.
—Querrá decir: sobre las íes.
—No me corrijas. Me refiero a los institutos de enseñanza secundaria; ahí están esperándonos ávidos nuestros lectores cautivos y desarmados. Para el próximo curso ordenaré que la consejería proponga «Crónicas honorables» como libro de lectura recomendada en cuarto de E.S.O.
—¡Eso!
—Eso no es nada; la bomba vendrá cuando lo meta de texto obligatorio en bachiller. Nuestro libro, querido cronista, va a convertirse en la Enciclopedia Álvarez de la Ley Wert.
—Presidente, me consta que uno de los fascículos electrónicos, el titulado «El ornitorrinco rampante», se analizó en clase de Sociales en último trimestre.
—¿Sociales?, seguro que fue iniciativa de los socialistas.-Entonces el rostro se le nubla por la mera evocación de sus insignificantes opositores.
—En efecto, se trató de uno de esos profesores que van y vuelven del aula al escaño y viceversa, por alguna puerta giratoria de ésas que tanto detestan.
—Los progres entran y salen de la política a la enseñanza como Harry Potter en la escuela de hechicería.
—¿Quiere que le pregunte al mago Yunke cuál es el truco?
—Mejor pregúntale dónde se esconde el portal secreto que lleva los consejos de administración de Telefónica, Iberdrola o Bancaja. O qué puerta giratoria me espera el día que salga de aquí yo, un humilde arquitecto técnico. -Se interroga angustiado el antiguo delineante que se ha hecho famoso por trazar líneas rojas a diestro y siniestro.
—La arquitectura está por los suelos, sólo tiene que ver a Calatrava, con lo que ha sido este hombre.
—Y su trencadís no digamos! -dice con un punto de amargura profesional.
—Por lo menos no ha caído el Príncipe Felipe.
—¿El rey? Tan pronto y ya quieres que venga la República.
—¡No, el rey, no! Me refiero al museo Principe Felipe que también es obra de don Santiago.
—Menuda sensación de agobio me ha entrando, Montañés. Ha sido pronunciar la palabra trencadís y me parece que todo va a romperse de un instante a otro: el presunto grupo parlamentario, mi idilio María Dolores del Toboso, el amor que me profesa Rita...
—¿Se les rompió el amor de tanto usarlo?
—¡No, hombre, qué dices! ¡Con la alcaldesa, no practico ese tipo de amor! Aunque ahora que estamos a punto de concluir la crónica, romper con Barberá podría tener consecuencias cabañalescas. -El ánimo del mandatario autonómico empeora al evocar la suerte de los poblados marítimos.
—Si me permite, don Alberto magno, para rematar con un broche de oro, acorde con este Salón Dorado, creo que debería poner en su boca una frase a la altura del momento que estamos viviendo. Por ejemplo: «O yo o el caos» -sentencia el negro, esperando respuesta.
—¿Puedo pedir el comodín del público? -dice el Honorable como queriendo agradar a los partidarios de conocer la opinión de la ciudadanía.
—Le recuerdo que ha agotado todos los comodines. Le repito el enunciado: "O yo o el caos" y hasta aquí puedo leer. -El cronista lanzó la tarjetita que realizó un vuelo parecido al de un dron por la sala de los brillos.
—¿Yo?, ¿el caos? Ya entiendo el enigma: la gente desea cambiar, ello puede llevarlos a preferir al tri-cuatri-penta-partito y, por consiguiente, optar por el caos. -Dicho esto permanece en silencio unos segundos-. Creo que tengo la solución: si los ciudadanos lo que demandan es un gobierno caótico, ya tienen el mío que, aunque no es multipartito, cuenta con diputados en dos grupos parlamentarios.
—Es una posibilidad. Corrijo la frase: «Usted y/o el caos».
—Todo antes que contentar a esos que me llaman Pepino el Breve.
—Pepino no, le llaman Moniato.
—Pepino, moniato, es lo mismo. Lo que importa es me llaman el Breve, que es lo que jode. No obstante, yo lucho por perdurar con denuedo, eternizarme sin limitación de mandatos ni tele y obtener la mayoría absoluta sin absolutamente ningún imputado. Todavía siento que tengo tanto que regenerar como presiente de esta nuestra Comunitat.
El Molt Honorable queda atrapado en la frase que había servido de pórtico al blog durante nueve meses, lo que dura un embarazo de Gallardón. Apenas atiende a las reverencias que el cronista le obsequia mientras se dirige hacia la puerta sin atreverse a darle la espalda. Al presidente se le ve entonces contoneando su anatomía de pívot entre las líneas rojas que él mismo diseminó por todo el palacio para que nadie se atreviera a traspasarlas. Es obvio que está bajo los efectos del Salón Dorado. Aquella telaraña de rayos invisibles le impide avanzar mientras en el interior de su cabeza comienzan a sonar las alarmas que en el pasado se mantuvieron desactivadas. El presidente recuerda el paso del Meridiano de Greenwich y el paralelo 40, las otras líneas imaginarias que cruzan la geografía valenciana sin que nadie repare en su trazado, ni salte ninguna sirena al atravesarlas.
El negro -ya fuera de la estancia- es acompañado amablemente por la secretaria plenipotenciaria hasta la escalinata de piedra que conduce al patio. La mujer de confianza ha seguido la conversación desde una habitación contigua encasquetándose los cascos del magnetófono que le dan un aire a la Dama de Elche, pero mucho más delicada que aquella primera dama hombruna. Por unos instantes, mientras escucha la charla, alberga la sospecha de que el amanuense es el topo que tanto ansia descubrir y que perturba la calma renacentista en el número 1 de la calle de Caballeros.




miércoles, 23 de julio de 2014
Publicado por Cronista Montañés

Ripo en los altares


Manuel Vicent publicó a principios los ochenta del siglo pasado el devocionario titulado Ángeles o neófitos. El escritor, para acometer esta aventura literaria, previamente hubo de encontrar la figura de un beato. Como quiera que sea que estos individuos, pertenecientes a la estirpe de los venerables, se halla en vías de extinción consagrando su paso por el mundo terrenal al rezo y la contemplación, se le antojaron hombres de otra época o de ninguna, circunstancia que no ayudaba mucho en su labor de hagiógrafo contemporáneo. A tal efecto, el literato hubo de tomar prestada la vida y milagros de Juan García Ripollés, a la sazón artista moderno y, a pesar de ello, ajeno a la sofisticación de cualquier vanguardia.
Para que el divertimento del breviario laico (de cuatro jornadas de perfección y un horóscopo para incrédulos) resultara fetén lo primero que obró el escritor fue nombrarlo beato, Beato Ripo. Y  la Humanidad, gracias a esta verdad revelada, conoció al eremita. Su tríada capitolina la componían Chagall, Picasso y Matisse, dioses a los que homenajeaba sin parar a través de lienzos y grabados en serie. En este olimpo particular tampoco faltaban las musas, dispuestas a inspirar sus quehaceres plásticos, ni las ninfas, solícitas a conducirlo por el derrotero del hedonismo. Entonces el beatífico creador habitaba el Mas de Flors, el lugar más similar a la Arcadia del Peloponeso que encontró al instalarse en la provincia de Castellón a su regreso del Monte Parnaso, en el distrito XIV de París.
Fue allí donde el literato de la cabeza de pene lo descubrió todavía inmerso en la Edad de Oro, que es la hora feliz de las civilizaciones previa a la expulsión del paraíso, cuando las únicas vestimentas que se requieren para deambular por los bancales y las huertas son el taparrabos, el pañuelo de albañil con los cuernos del fauno, las margaritas floreciendo en la barba y una rama de romero prolongando la sonrisa. Fue así como el rousseauniano Vicent encontró al buen salvaje Juan entre botes de pintura, telas, pinceles, gallinas, chuchos, gatos y un burro. Era un bon Jan sin marchante que «te quitaba el gafe», según palabras del novelista. No obstante, poco después de la aparición del libro iniciático le sobrevino la fama y, en medio de este locus amoenus, junto a la fauna y la flora, comenzó a verdecer la mala hierba del dinero.
De la aparición de aquel devocionario para descreídos y hippies de vuelta de las Pitiusas han transcurrido más de tres décadas. Tempus fugit. El escritor continúa encaramado a la columna desde donde predica su sermón dominical siguiendo el ejemplo de un cura progre de la capilla de la Ciudad Universitaria que se convirtió en el último Duque de Alba. Desde este punto elevado de El País, Vicent ha seguido las correrías y el éxito de Ripollés. El autor de ojos verdes ya nos contó en qué consistía el contraparaíso por estas tierras, de modo que nada de lo humano, ni de lo divino, iba a sorprenderlo a esta altura.
Y es que el antiguo beato de la edad de la inocencia hace un tiempo que vive instalado en la Belle Époque; acude a los toros en calesa y se presenta en los saraos en descapotable convertido en el bohemio oficial del régimen de la popularidad. La celebrity luce para estas ocasiones un abrigo de pieles con los que se cubre las vergüenzas llenas de manchurrones abstractos, pues el pintor hace años que se ha convertido en su obra más cotizada.
Manuel Vicent, marinero en tierra madrileña, pudo perdonar que su santón de novela cayera tan pronto en las tentaciones del mundo y los demonios, pero se hace más complicado pensar que el azote de la Feria de San Isidro le haya pasado por alto que persista en ese pecado de la carne que es la lidia. ¿Qué pudo ocurrir para que el nuevo Francisco de Asís, el neocubista de la brocha gorda, el anacoreta en armonía con el planeta y los colores primarios, se subiera al coche de caballos para darle la vuelta al ruedo ibérico a las cinco de la tarde y, luego, tomar el burladero, entre tiburones y lagartas, y compartir con ellos el deleite por la casquería? Para más inri, el artista no duda en presentarse en el coso ataviado con las pellizas que, a su vez, arrastran el dolor del sacrificio sin arte de otros bichos. «¡RIP, oh yes!», gritan los animalistas cuando le ven salir por la puerta grande del matadero.
¿Dónde andará hoy en día el ángel que guardó la masía de las flores del mal fario? ¿Qué se ha hecho del neófito que enseñó a pintar a un burro cuadros de Jackson Pollock mientras se espantaba las moscas con el rabo? ¿Queda alguna pista que nos permita adivinar si verdaderamente existió alguna vez aquel Adán al este del Espadán? Veamos.
El Ripo, el presente y el anterior, el beato y el profano, el vegano y el taurino, siempre se ha redimido por el arte moderno, más exactamente, por el arte posmoderno. De este modo, el día en que se propuso inmortalizar al cacique provincial en una estatua de cobre a las puertas del delirio aeronáutico más conocido como aeropuerto sin aviones, el resultado fue que el rostro del político no guardó similitud alguna con aquel descomunal monumento de quincalla. Cosa distinta, y fatal para Ripollés, es que hubiera dominado los cánones clasicistas. ¿Se imaginan a semejante careto de treinta metros elevados al cubo si además fuera reconocible el modelo original con las gafas de sol y la gomina del capo di tutti capi?
Otro episodio reciente, ocurrido con una escultura de rotonda dedicada a las víctimas del terrorismo, quiso que el viento de tramontana tumbara buena parte de la estructura, dejando los hierros retorcidos convertidos en un amasijo conceptual muy potente. El artista acudió, de inmediato, al lugar el siniestro y se quedó un rato solo contemplando aquella representación perfecta del abatimiento. En medio de la noche, él y las planchas metálicas de la pieza herida de muerte iniciaron una charla insólita. «¡Déjame así!», dijo la figura entre susurros, según contó el propio artista. «Lo que tú no supiste moldear, lo ha conseguido el huracán del norte». «Cuánta razón llevas», asintió el artista y remató: «La fuerza desatada de la Naturaleza es mil veces mejor que el mejor de los escultores; lo mismo que mi burro da mil vueltas a cualquier action painting. ¿Cómo pude olvidarlo?».
Quizás sean estos los dos milagros que exige Roma para que un beato sea canonizado. A falta de conocer la opinión de la persona que lo beatificó en la Transición, a mi no se me antoja que se trate de milagros menores: hablar con las estatuas y darles la razón, y levantar una escultura que compita en misterio con el yuyu de las caras de Bélmez. Convenientemente acreditados estos prodigios, más el del borrico que domina el expresionismo americano, el beato Ripo está listo para subir a los altares.



miércoles, 9 de julio de 2014
Publicado por Cronista Montañés
Asunto:

+Populares

Populacho

Con la tecnología de Blogger.

Copyright © 2013. Como presidente de esta nuestra Comunitat. Metrominimalist. Publicado por Blogger. Diseñado por Johanes Djogan.